jueves, 11 de abril de 2013

Islandia: Una revolución silenciada

Del último paraíso neoliberal a la primera rebelión ciudadana.


Por segunda vez en poco más de un año, los islandeses se han negado en referéndum a pagar por los excesos cometidos durante el boom financiero que acabó haciendo aguas al estallar la crisis.

La cuestión era si estaban dispuestos a poner de su bolsillo unos 50.000 euros por familia para que el Estado pudiese saldar con Gran Bretaña y Holanda la deuda contraída cuando uno de los principales bancos islandeses quebró en estos dos países. Más del 60% ha dicho que no, y ahora Islandia se enfrenta a una posible demanda por parte de los dos países afectados.

En esta ocasión, los acreedores, muchos de cuyos clientes encomendaron a la jugosa banca islandesa sus planes de pensiones, habían rebajado hasta el 3% el interés que pedían al principio, cuando el pago fue rechazado por primera vez. También habían aumentado considerablemente el número de años concedidos para saldar la deuda. No ha sido suficiente.

La cuestión era si los ciudadanos estaban dispuestos a poner de su bolsillo unos 50.000 euros por familia En una primera lectura, los islandeses han logrado con sus votos lo que en los demás países machacados por la crisis financiera no llega ni a plantearse, es decir, mantenerse firmes en la idea de que los desmanes de la banca los tiene que pagar la banca, y no los ciudadanos. Eso, en un contexto de mala gestión bancaria de ahorros nacionales e internacionales, de ayudas públicas milmillonarias a los bancos, y de recortes draconianos para ajustar déficits y deudas públicas, les ha granjeado la simpatía de medio mundo.

En una lectura más crítica, sin embargo, los bancos, aún siendo los principales culpables, no son los únicos: Por un lado, sus excesos fueron apoyados por las políticas económicas de gobiernos neoliberales que, votados democráticamente por los ciudadanos, se mantuvieron en el poder durante una década. Por otro, buena parte de la propia sociedad islandesa vivió esos años instalada en la gallina de los huevos de oro de la bonanza financiera.

Como explicaba el economista islandés Ásgeir Jonsson, "el país entero se vio atrapado en una burbuja. La banca experimentó un desarrollo repentino, algo que ahora vemos como algo estúpido e irresponsable. Pero la gente hizo algo parecido. Las reglas normales de las finanzas quedaron suspendidas y entramos en la era del todo vale: dos casas, tres casas por familia, un Range Rover, una moto de nieve. Los salarios subían, la riqueza parecía salir de la nada, las tarjetas de crédito echaban humo...".

Del neoliberalismo al cielo

A mediados de los años ochenta Islandia salió de su aislamiento y dejó atrás la etiqueta de "uno de los países más pobres de Europa" que arrastraba desde principios del siglo XX. Los gobiernos islandeses consiguieron modernizar la arcaica y dependiente economía del país y, para impulsar el despegue, no dudaron en montarse a lomos del caballo neoliberal: Privatizaron la pesca (el sector rey) y otras áreas clave, bajaron los impuestos y desregularon al máximo la actividad económica.

Durante un par de décadas la cosa funcionó. Islandia logró una de las rentas per cápita más altas del mundo, el paro se redujo, las inversiones en energía verde y en tecnología crecieron, el estado del bienestar (incluyendo enseñanza superior gratuita) se extendió y hasta se consiguieron posiciones récord en los índices mundiales de bienestar social: En 2008 Islandia fue elegida por la ONU como el mejor lugar del mundo para vivir, en el marco del Índice de Desarrollo Humano.

La misma lógica del sistema dictó el siguiente paso y, ya en el siglo XXI, el Gobierno privatizó la banca y aplicó una especie de permisividad total al sistema financiero.

Los banqueros islandeses salieron entonces a la conquista del paraíso, tanto en su propio país como en el extranjero, y llegaron a lograr rentabilidades que multiplicaban por 12 el PIB nacional. Los créditos se dispararon (según informó El País, 10 de los 63 parlamentarios islandeses tenían concedidos préstamos personales por un valor de casi 10 millones de euros cada uno), y la banca comenzó a gastar, comprando otros bancos o invirtiendo en ellos, en empresas dentro y fuera de la isla, en clubes de fútbol, en inmuebles...

Paralelamente, la burbuja inmobiliaria iba creciendo, las familias se endeudaban, aumentaba el déficit por cuenta corriente, y la banca, en plena internacionalización, se exponía más y más.

El final de la fiesta

En este contexto, uno de los grandes bancos islandeses, Landsbanki, abrió a mediados de la década pasada una filial por Internet en el Reino Unido, Holanda y Alemania. Gracias a los altísimos (y, como se comprobó después, poco realistas) intereses que ofrecía a los inversores (de entre el 5% y el 6%), la expansión, llevada a cabo a través de una cuenta llamada Icesave, fue un éxito total.

Pero llegó el año 2007 y el sistema financiero internacional, construido sobre la peligrosa base de las hipotecas basura, los créditos masivos y un desarrollo económico que tocaba a su fin, empezó a desmoronarse y se cayó del todo cuando, en septiembre del año siguiente, quiebra Lehman Brothers, el gigante de Wall Street.
 

Los bancos mundiales, como en un castillo de naipes, se fueron quedando uno tras otro con las vergüenzas al aire, y los islandeses no resultaron ser una excepción: Sus pérdidas se acercaron a los 100.000 millones de dólares. El Gobierno islandés avaló los depósitos financieros de las entidades que operaban en la isla, pero no los de las que lo hacían en el exterior.

Y es entonces cuando Londres decide, aplicando nada menos que la ley antiterrorista, congelar los fondos de los sobreendeudados bancos islandeses, al detectar que están empezando a traspasar dinero de las cuentas británicas a Reikiavik. La medida es la gota que colma el vaso, y la banca islandesa quiebra. Icesave tenía 300.000 clientes en el Reino Unido y 910 millones de euros invertidos por instituciones públicas.

El gobierno islandés del conservador Geir H. Haarde reacciona nacionalizando los tres bancos principales, Landsbanki, Kaupthing y Glitnir. Londres y Amsterdam, por su parte, pagan a los clientes de Icesave el 100% de los depósitos y a continuación empiezan a reclamar el dinero, unos 4.000 millones, a Islandia. Es un tercio de todo el PIB del país nórdico.

Estallido y plante

Con la inflación descontrolada (la moneda islandesa perdió el 80% de su valor), un paro del 7% y un PIB que había caído hasta el 15%, la sociedad estalla. A principios de 2009, las numerosas protestas ciudadanas ante una crisis que había causado la mayor emigración desde 1887, fuerzan la dimisión del Gobierno. El 25 de abril se celebran elecciones generales y vence la coalición formada por el Partido Socialdemócrata y el Movimiento Izquierda-Verdes. Jóhanna Sigurdardóttir es la nueva primera ministra.

La deuda, sin embargo, sigue ahí, y el nuevo Parlamento aprueba una polémica ley para poder saldarla. La norma suponía gravar los sueldos de los islandeses durante 15 años con un 5,5% de interés, así que la gente vuelve a salir a la calle, y el presidente del país, Ólafur Grímsson, se niega a ratificar la ley. En marzo de 2010, convoca el primer referéndum. El 93% de los ciudadanos se oponen al pago.

La segunda consulta, convocada de nuevo por el propio Grímsson hace un par de meses, a pesar de que las condiciones del pago se habían suavizado, es la que se celebró el pasado domingo. El rechazo, aunque mucho menor, se mantiene.

Entre tanto, los banqueros empiezan a sufrir una situación no muy común en su oficio: A principios de 2010 el Gobierno islandés inicia una investigación para encausar a los responsables de la crisis, y en junio se producen las primeras detenciones. Banqueros, altos ejecutivos y otros antiguos cargos se enfrentan a pleitos de millones de dólares.

¿Y ahora qué?

La victoria del 'no' en el referéndum del domingo abre un periodo de incertidumbre, tanto económica como política.

El Gobierno islandés había apostado fuertemente por el 'sí', y ahora se encuentra ante una auténtica encrucijada. Pero el rechazo no afecta sólo al Ejecutivo y a los acreedores, sino que influirá también en los analistas y los inversores. La agencia de calificación Moody's ya anunció que rebajaría la calificación de la deuda islandesa si triunfaba el 'no'. El rechazo puede complicar también los créditos a Islandia procedentes del Fondo Monetario Internacional y de otros países nórdicos.

El rechazo no afecta sólo al Ejecutivo y a los acreedores. Influirá también en los analistas y los inversoresDe momento, el asunto puede acabar en los tribunales, ya que tanto el Reino Unido como Holanda han amenazado con interponer una demanda contra Islandia. Sería, en cualquier caso, un proceso muy largo.

Con respecto a las opciones de Islandia de adherirse a la UE, la Comisión Europea dijo este lunes que los resultados del referéndum no afectarán a las negociaciones, que se iniciaron en julio de 2010, pero también es verdad que Bruselas espera que la disputa se resuelva antes de que concluyan los trámites.

Lección de democracia

Pase lo que pase, y tenga la culpa quien la tenga, lo cierto es que lo ocurrido en Islandia se ha convertido en todo un acontecimiento en estos tiempos de crisis. El plante islandés ha sido tachado de irresponsable y de preocupante por los gobiernos afectados y por muchos analistas. Pero otros tantos lo han visto como una auténtica lección para el mundo, aunque sólo sea por haberse tomado la decisión de consultar a los ciudadanos ante una crisis tan importante.

La eurodiputada y ex magistrada francesa Eva Joly, que dirige una investigación sobre las responsabilidad de la banca en la crisis económica, considera que la experiencia de Islandia muestra cómo en un país "que se consideraba a sí mismo un milagro neoliberal, y donde se había perdido gradualmente todo interés por la política, ahora la gente quiere tener su destino en sus propias manos".

Y el propio presidente de Islandia, Ólafur Grímsson, ha manifestado que estas dos consultas "han devuelto al país la confianza perdida tras el hundimiento de la economía, y han reforzado aun más la democracia".
 


Islandia: Una revolución silenciada
 
Los islandeses se han rebelado contra su gobierno, exigiendo que no se pague la deuda de los bancos.


La información ha sido siempre un arma de poder. Controlar la información es controlar lo que la gente conoce y, por lo tanto, condicionar su visión de la realidad y, con ella, sus acciones. En nuestras sociedades mediáticas, la información se ha convertido en el centro de la batalla política, pues el acceso de los ciudadanos al mundo, a la realidad, se realiza a través de los medios de comunicación. Su potencia se ha podido comprobar estos días con los sucesos del Magreb, donde las movilizaciones se han extendido como la pólvora supuestamente gracias a la televisión e internet.

Lo que no aparece en los medios, no sucede. Esa es la máxima que se ha debido de aplicar con el extrañísimo caso de Islandia. Sí, Islandia. Islandia debería ser noticia, portada de informativos. ¿Por qué? Pues porque en Islandia, la población ha tomado las calles, cacerola en mano, para mostrar su radical oposición a su gobierno. Y la movilización ciudadana no solo ha provocado dos crisis de gobierno, sino que ha forzado un proceso constituyente, la redacción de una nueva Constitución que evite que se repitan situaciones como las que se han producido a lo largo de esta crisis global. ¿Y qué situaciones son esas?

Los tres bancos principales de Islandia se lanzaron, al abrigo del neoliberalismo rampante, a una política de compra de activos y productos fuera de sus fronteras. Como ha ocurrido con numerosas entidades bancarias, esos productos resultaron ser basura, de esa que a Rodrigo Rato le parecía una estupenda apuesta financiera cuando era director del FMI, lo que llevó a las citadas entidades a la bancarrota por sus deudas en Holanda y Gran Bretaña. El gobierno islandés procedió a nacionalizar los bancos y a asumir sus deudas. Ello supuso que cada ciudadano de Islandia se encontrara con una deuda de 12.000 euros. Como ocurre por todas partes del planeta, la mala gestión de entidades privadas debe ser enjugada por instituciones públicas y, por lo tanto, por la ciudadanía en su conjunto.

La diferencia radica en que los ciudadanos islandeses, ante el escándalo de la situación --escándalo que es asimilable al que sucede en todos los países occidentales-- se rebelaron contra su gobierno. Así, se lanzaron a la calle, exigiendo que no se pagara la deuda de otros. Unos otros que cuando tienen beneficios no se acuerdan de los ciudadanos y los estados, pero que recurren ansiosos a ellos cuando se encuentran en situaciones de apuro. El gobierno, que insistía en pagar la deuda, por la presión del FMI y de los gobiernos de Holanda y Gran Bretaña, se vio forzado a convocar un referéndum, en el que el 93% de la población se negó a pagar la deuda de otros. Ello provocó una crisis política de profundas dimensiones que ha desembocado en dos crisis de gobierno y en la creación de una comisión de ciudadanos de a pie encargados de redactar una nueva Constitución. Los islandeses se han hartado de que les tomen el pelo y han decidido tomar su destino en sus propias manos.

El caso es sorprendente. Pero lo que quizá sea más sorprendente es que este proceso, que se viene desarrollando en los dos últimos años y que está en plena efervescencia, con una ofensiva del Partido Conservador para declarar ilegal el proceso constituyente (¡qué miedo tienen los conservadores de toda laya a la ciudadanía!), que este proceso, insisto, no haya merecido un solo comentario en los informativos. Cuando los volcanes de Islandia estallaron hace meses, sus cenizas cubrieron Europa y provocaron un enorme caos aéreo. Probablemente, el temor de que las cenizas del volcán político islandés provocaran efectos sociales en Europa es una explicación plausible de este silencio. El efecto contagio, lo hemos visto en el Magreb, es una de las características de la sociedad mediática.

Los islandeses nos muestran un camino diferente para salir de la crisis. Tan sencillo como decir basta y recordar que la política, y quienes la ejercen, debe estar al servicio de la ciudadanía, y no de los intereses de entidades privadas cuya voracidad, cuyo egoísmo, cuya falta de ética (véase el caso de los recientes bonus por 25 millones de euros a directivos de Cajamadrid) está en el origen de esta crisis. En Islandia se ha cursado orden de detención contra los ejecutivos de las entidades en cuestión. En Islandia, arrinconando a los partidos sistémicos, empeñados, como aquí, en someterse a los dictados de los mercados, la ciudadanía se ha convertido en protagonista. Los islandeses lo han dicho claro: que las deudas las paguen los que las generan, que la crisis la pague los que la han producido.
 


Economic Collapse in Iceland Riots
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Recientemente nos han sorprendido los acontecimientos de Túnez que han desembocado en la huida del tirano Ben Alí, tan demócrata para occidente hasta anteayer y alumno ejemplar del FMI. Sin embargo, otra “revolución” que tiene lugar desde hace dos años ha sido convenientemente silenciada por los medios de comunicación al servicio de las plutocracias europeas. Ha ocurrido en la mismísima Europa (en el sentido geopolítico), en un país con la democracia probablemente más antigua del mundo, cuyos orígenes se remontan al año 930, y que ocupó el primer lugar en el informe de la ONU del Índice de Desarrollo Humano de 2007/2008. ¿Adivináis de qué país se trata? Estoy seguro de que la mayoría no tiene ni idea, como no la tenía yo hasta que me he enterado por casualidad (a pesar de haber estado allí en el 2009 y el 2010). Se trata de Islandia, donde se hizo dimitir a un gobierno al completo, se nacionalizaron los principales bancos, se decidió no pagar la deuda que estos han creado con Gran Bretaña y Holanda a causa de su execrable política financiera y se acaba de crear una asamblea popular para reescribir su constitución. Y todo ello de forma pacífica: a golpe de cacerola, gritos y certero lanzamiento de huevos. Esta ha sido una revolución contra el poder político-financiero neoliberal que nos ha conducido hasta la crisis actual. He aquí por qué no se han dado a conocer apenas estos hechos durante dos años o se ha informado frivolamente y de refilón: ¿Qué pasaría si el resto de ciudadanos europeos tomaran ejemplo? Y de paso confirmamos, una vez más por si todavía no estaba claro, al servicio de quién están los medios de comunicación y cómo nos restringen el derecho a la información en la plutocracia globalizada de Planeta S.A.

Esta es, brevemente, la historia de los hechos:

A finales de 2008, los efectos de la crisis en la economía islandesa son devastadores. En octubre se nacionaliza Landsbanki, principal banco del país. El gobierno británico congela todos los activos de su subsidiaria IceSave, con 300.000 clientes británicos y 910 millones de euros invertidos por administraciones locales y entidades públicas del Reino Unido. A Landsbanki le seguirán los otros dos bancos principales, el Kaupthing el Glitnir. Sus principales clientes están en ese país y en Holanda, clientes a los que sus estados tienen que reembolsar sus ahorros con 3.700 millones de euros de dinero público. Por entonces, el conjunto de las deudas bancarias de Islandia equivale a varias veces su PIB. Por otro lado, la moneda se desploma y la bolsa suspende su actividad tras un hundimiento del 76%. El país está en bancarrota.
El gobierno solicita oficialmente ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI), que aprueba un préstamo de 2.100 millones de dólares, completado por otros 2.500 millones de algunos países nórdicos.
Las protestas ciudadanas frente al parlamento en Reykjavik van en aumento. El 23 de enero de 2009 se convocan elecciones anticipadas y tres días después, las caceroladas ya son multitudinarias y provocan la dimisión del Primer Ministro, el conservador Geir H. Haarden, y de todo su gobierno en bloque. Es el primer gobierno (y único que yo sepa) que cae víctima de la crisis mundial.
El 25 de abril se celebran elecciones generales de las que sale un gobierno de coalición formado por la Alianza Social-demócrata y el Movimiento de Izquierda Verde, encabezado por la nueva Primera Ministra Jóhanna Sigurðardóttir.
A lo largo del 2009 continúa la pésima situación económica del país y el año cierra con una caída del PIB del 7%.
Mediante una ley ampliamente discutida en el parlamento se propone la devolución de la deuda a Gran Bretaña y Holanda mediante el pago de 3.500 millones de euros, suma que pagarán todos las familias islandesas mensualmente durante los próximos 15 años al 5,5% de interés. La gente se vuelve a echar a la calle y solicita someter la ley a referéndum. En enero de 2010 el Presidente, Ólafur Ragnar Grímsson, se niega a ratificarla y anuncia que habrá consulta popular.
En marzo se celebra el referéndum y el NO al pago de la deuda arrasa con un 93% de los votos. La revolución islandesa consigue una nueva victoria de forma pacífica.
El FMI congela las ayudas económicas a Islandia a la espera de que se resuelva la devolución de su deuda.
A todo esto, el gobierno ha iniciado una investigación para dirimir jurídicamente las responsabilidades de la crisis. Comienzan las detenciones de varios banqueros y altos ejecutivos. La Interpol dicta una orden internacional de arresto contra el ex-Presidente del Kaupthing, Sigurdur Einarsson.
En este contexto de crisis, se elige una asamblea constituyente el pasado mes de noviembre para redactar una nueva constitución que recoja las lecciones aprendidas de la crisis y que sustituya a la actual, una copia de la constitución danesa. Para ello, se recurre directamente al pueblo soberano. Se eligen 25 ciudadanos sin filiación política de los 522 que se han presentado a las candidaturas, para lo cual sólo era necesario ser mayor de edad y tener el apoyo de 30 personas. La asamblea constitucional comenzará su trabajo en febrero de 2011 y presentará un proyecto de carta magna a partir de las recomendaciones consensuadas en distintas asambleas que se celebrarán por todo el país. Deberá ser aprobada por el actual Parlamento y por el que se constituya tras las próximas elecciones legislativas.
Y para terminar, otra medida “revolucionaria” del parlamento islandés: la Iniciativa Islandesa Moderna para Medios de Comunicación (Icelandic Modern Media Initiative), un proyecto de ley que pretende crear un marco jurídico destinado a la protección de la libertad de información y de expresión. Se pretende hacer del país un refugio seguro para el periodismo de investigación y la libertad de información donde se protejan fuentes, periodistas y proveedores de Internet que alojen información periodística; el infierno para EE.UU. y el paraíso para los pseudoluchadores pro la libertad de expresión Wikileaks.
Pues esta es la breve historia de la Revolución Islandesa: dimisión de todo un gobierno en bloque, nacionalización de la banca, referéndum para que el pueblo decida sobre las decisiones económicas trascendentales, encarcelación de responsables de la crisis, reescritura de la constitución por los ciudadanos y un proyecto de blindaje de la libertad de información y de expresión. ¿Se nos ha hablado de esto en los medios de comunicación europeos? ¿Se ha comentado en las repugnantes tertulias radiofónicas de politicastros de medio pelo y mercenarios de la desinformación? ¿Se han visto imágenes de los hechos por la TV? Claro que no. Debe ser que a los Estados Unidos de Europa no les parece suficientemente importante que un pueblo coja las riendas de su soberanía y plante cara al rodillo neoliberal. O quizás teman que se les caiga la cara de vergüenza al quedar una vez más en evidencia que han convertido la democracia en un sistema plutocrático donde nada ha cambiado con la crisis, excepto el inicio de un proceso de socialización de las pérdidas con recortes sociales y precarización de las condiciones laborales. Es muy probable también que piensen que todavía quede vida inteligente entre sus unidades de consumo, que tanto gustan en llamar ciudadanos, y teman un efecto contagio. Aunque lo más seguro es que esta calculada minusvaloración informativa, cuando no silencio clamoroso, se deba a todas estas causas juntas.

Algunos dirán que Islandia es una pequeña isla de tan sólo 300.000 habitantes, con un entramado social, político, económico y administrativo mucho menos complejo que el de un gran país europeo, por lo que es más fácil organizarse y llevar a cabo este tipo de cambios. Sin embargo es un país que, aunque tienen gran independencia energética gracias a sus centrales geotérmicas, cuenta con muy pocos recursos naturales y tiene una economía vulnerable cuyas exportaciones dependen en un 40% de la pesca. También los hay que dirán que han vivido por encima de sus posibilidades endeudándose y especulando en el casino financiero como el que más, y es cierto. Igual que lo han hecho el resto de los países guiados por un sistema financiero liberalizado hasta el infinito por los mismos gobiernos irresponsables y suicidas que ahora se echan las manos a la cabeza . Yo simplemente pienso que el pueblo islandés es un pueblo culto, solidario, optimista y valiente, que ha sabido rectificar echándole dos cojones, plantándole cara al sistema y dando una lección de democracia al resto del mundo.

El país ya ha iniciado negociaciones para entrar en la Unión Europea. Espero, por su bien y tal y como están poniéndose las cosas en el continente con la plaga de farsantes que nos gobiernan, que el pueblo islandés complete su revolución rechazando la adhesión. Y ojalá ocurriera lo contrario, que fuera Europa la que entrase en Islandia, porque esa sí sería la verdadera Europa de los pueblos.

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