por Thierry Meyssan
La comunidad internacional expresa en público temor ante la brutalidad de la intervención turca en el norte de Siria. Pero en realidad se felicita, extraoficialmente, por esta intervención, vista como la única posibilidad viable de lograr un regreso a la paz en esta región. La guerra contra Siria se termina con un crimen más. Ahora queda por determinar el destino de los mercenarios extranjeros concentrados en Idlib, de los yihadistas rabiosos, hijos de una guerra de 8 años particularmente sanguinaria y cruel.
El 15 de octubre de 2016, el presidente Erdogan anuncia que Turquía cumplirá el “Juramento Nacional” de Mustafá Kemal Ataturk. Turquía, que ya ocupa militarmente parte de Chipre y de Irak, reclama parte de Siria y de Grecia. Su ejército inicia preparativos.
En 2011, Turquía organizó, como se le había solicitado, la migración de 3 millones de sirios para debilitar la República Árabe Siria. A partir de ese momento, Turquía apoyó a la Hermandad Musulmana y sus grupos yihadistas, incluyendo al Emirato Islámico (Daesh), y de paso saqueó las instalaciones de la ciudad siria de Alepo, cuyas maquinarias fueron utilizadas para instalar fábricas de imitaciones de artículos de grandes marcas en los territorios controlados por Daesh.
Entusiasmada por las victorias que obtuvo en Libia y Siria, Turquía se convirtió en la gran protectora de la Hermandad Musulmana, se acercó a Irán y desafió a Arabia Saudita. Desplegó bases alrededor del reino saudita –en Qatar, Kuwait y Sudán– y después contrató oficinas occidentales de relaciones públicas y destruyó la imagen del heredero designado del trono saudita –el príncipe Mohamed Ben Salman–, principalmente orquestando el “caso Kashoggi.
Poco a poco, Turquía se planteó extender su poderío, ambicionando incluso convertirse en el 14º imperio mongol. Creyendo erróneamente que esa evolución se debía sólo a la influencia de Recep Tayyip Erdogan, la CIA trató varias veces de asesinarlo, llegando a provocar el intento de golpe de Estado frustrado en julio de 2016. Vinieron después 3 años de incertitudes, que terminaron en julio de 2019, cuando el presidente Erdogan decidió hacer prevalecer el nacionalismo sobre el islamismo .
En 2011, Turquía organizó, como se le había solicitado, la migración de 3 millones de sirios para debilitar la República Árabe Siria. A partir de ese momento, Turquía apoyó a la Hermandad Musulmana y sus grupos yihadistas, incluyendo al Emirato Islámico (Daesh), y de paso saqueó las instalaciones de la ciudad siria de Alepo, cuyas maquinarias fueron utilizadas para instalar fábricas de imitaciones de artículos de grandes marcas en los territorios controlados por Daesh.
Entusiasmada por las victorias que obtuvo en Libia y Siria, Turquía se convirtió en la gran protectora de la Hermandad Musulmana, se acercó a Irán y desafió a Arabia Saudita. Desplegó bases alrededor del reino saudita –en Qatar, Kuwait y Sudán– y después contrató oficinas occidentales de relaciones públicas y destruyó la imagen del heredero designado del trono saudita –el príncipe Mohamed Ben Salman–, principalmente orquestando el “caso Kashoggi.
Poco a poco, Turquía se planteó extender su poderío, ambicionando incluso convertirse en el 14º imperio mongol. Creyendo erróneamente que esa evolución se debía sólo a la influencia de Recep Tayyip Erdogan, la CIA trató varias veces de asesinarlo, llegando a provocar el intento de golpe de Estado frustrado en julio de 2016. Vinieron después 3 años de incertitudes, que terminaron en julio de 2019, cuando el presidente Erdogan decidió hacer prevalecer el nacionalismo sobre el islamismo .
Hoy en día, Turquía, aunque sigue siendo miembro de la OTAN, hace posible la llegada del gas ruso hasta los países de la Unión Europea y compra a Moscú los sistemas antiaéreos S-400. También ha optado por proteger a las minorías –incluyendo a los kurdos– y ya no exige que un turco sea musulmán sunnita sino sólo que sea fiel a su Patria.
Durante el verano, el presidente estadounidense Donald Trump anunció su intención –ya expresada antes, el 17 de diciembre de 2018– de retirar las fuerzas militares de Estados Unidos ilegalmente presentes en suelo sirio, comenzando por las que estaban en los territorios sirios designados en Occidente como «Rojava», poniendo como condición que se cortara la ruta de comunicación terrestre entre Irán y el Líbano –lo cual es nuevo. Turquía aceptó ese compromiso a cambio de poder ocupar militarmente la franja de territorio sirio (de 32 kilómetros de profundidad) a lo largo de la frontera común, espacio desde donde los artilleros kurdos podían bombardear el territorio turco.
Hoy en día, Turquía, aunque sigue siendo miembro de la OTAN, hace posible la llegada del gas ruso hasta los países de la Unión Europea y compra a Moscú los sistemas antiaéreos S-400. También ha optado por proteger a las minorías –incluyendo a los kurdos– y ya no exige que un turco sea musulmán sunnita sino sólo que sea fiel a su Patria.
Durante el verano, el presidente estadounidense Donald Trump anunció su intención –ya expresada antes, el 17 de diciembre de 2018– de retirar las fuerzas militares de Estados Unidos ilegalmente presentes en suelo sirio, comenzando por las que estaban en los territorios sirios designados en Occidente como «Rojava», poniendo como condición que se cortara la ruta de comunicación terrestre entre Irán y el Líbano –lo cual es nuevo. Turquía aceptó ese compromiso a cambio de poder ocupar militarmente la franja de territorio sirio (de 32 kilómetros de profundidad) a lo largo de la frontera común, espacio desde donde los artilleros kurdos podían bombardear el territorio turco.
Rusia hizo saber que no apoyaba a los grupos armados kurdos (YPG), que han cometido crímenes contra la humanidad, y que aceptaría una intervención turca si se permitía el regreso de la población cristiana a los territorios de donde fue expulsada, compromiso que Turquía aceptó.
Siria hizo saber que no rechazaría de inmediato la intervención turca si sus tropas podían liberar una extensión de territorio equivalente en la gobernación de Idlib, lo cual aceptó Turquía.
Irán hizo saber que, aunque desaprueba toda intervención turca, su presencia en Siria sólo busca proteger a las poblaciones chiitas y que no le interesa lo que suceda en «Rojava», precisión de la cual Turquía tomó nota.
Varios encuentros de alto nivel y cumbres fueron organizados para examinar las consecuencias de esas posiciones y arreglar cuestiones secundarias –por ejemplo, el ejército turco no explotará el petróleo en la franja fronteriza de suelo sirio sino que lo hará una compañía estadounidense. Primeramente se realizaron los encuentros de alto nivel entre los consejeros de seguridad de Rusia y Estados Unidos y luego se reuniron los jefes de Estado de Rusia, Turquía e Irán.
El 22 de julio de 2019, Turquía anuncia la suspensión de su acuerdo migratorio con la Unión Europea.
El 3 de agosto, el presidente turco Erdogan nombra nuevos oficiales superiores, entre ellos varios kurdos, y ordena la preparación de la operación militar en «Rojava».
El presidente Erdogan ordena también que el ejército turco se retire ante las fuerzas del Ejército Árabe Sirio (el ejército regular de Siria) en la gobernación de Idlib, para que Siria pueda liberar allí un territorio equivalente al que va a ser invadido por Turquía en el noreste.
El 23 de agosto, el Pentágono ordena el desmantelamiento de las fortificaciones de las YPG para que el ejército turco pueda realizar una ofensiva relámpago.
El 31 de agosto, en respaldo al ejército del gobierno sirio, el Pentágono bombardea una reunión de dirigentes de al-Qaeda en la región de Idlib utilizando datos de inteligencia proporcionados por Turquía.
El 18 de septiembre, el presidente Trump destituye a su consejero de seguridad nacional, John Bolton, y nombra en ese cargo a Robert O’Brien, quien ya se había ocupado de “arreglar” las consecuencias del golpe de Estado frustrado en Turquía en julio de 2016.
El 1º de octubre, el presidente Erdogan anuncia la relocalización inminente de 2 millones de refugiados sirios en los territorios sirios designados como «Rojava».
El 5 de octubre, Estados Unidos solicita a los países miembros de la coalición internacional que “recuperen” a sus ciudadanos yihadistas detenidos en «Rojava». El Reino Unido solicita que los yihadistas británicos sean enviados a Irak mientras que Francia y Alemania rechazan la petición estadounidense.
El 6 de octubre, Estados Unidos anuncia que ya no se considera responsable de los yihadistas detenidos en «Rojava», territorio que va a quedar bajo la responsabilidad de Turquía.
El 7 de octubre, las fuerzas especiales estadounidenses comienzan a retirarse de «Rojava».
El 9 de octubre, tropas turcas –encabezadas específicamente por oficiales kurdos– y milicias turcomanas que operan bajo la bandera del llamado «Ejército Libre Sirio» invaden la franja de territorio sirio de 32 kilómetros de profundidad a partir de la frontera turco-siria, territorio que se hallaba bajo control de las YPG kurdas.
La operación “Manantial de Paz” es perfectamente legal en derecho internacional si se limita a la franja fronteriza de 32 kilómetros y si no inicia una ocupación turca por tiempo indefinido. Es por esa razón que el ejército turco utiliza las milicias turcomanas sirias para perseguir a los kurdos de las YPG en el resto de «Rojava».
La prensa internacional, que no fue capaz de seguir la secuencia de acontecimientos en el terreno y se conformó con repetir las declaraciones oficiales contradictorias de los últimos meses, no sale de su asombro. Todos los países denuncian a coro la operación militar turca –al igual que Estados Unidos, Rusia, Israel, Irán y Siria– pero todos la negociaron y la avalaron. Los que amenazan a Turquía harían bien en pensar en el posible regreso de “sus” yihadistas, fogueados durante la larga guerra en Siria, que aún están en Idlib.
El Consejo de Seguridad de la ONU se reúne en sesión urgente, a solicitud del presidente francés Emmanuel Macron y de la canciller alemana Angela Merkel. Para que no se vea que nadie se opone realmente a la intervención turca –ni siquiera Francia– ese encuentro se hará a puertas cerradas y ni siquiera habrá de emitirse una declaración del presidente del Consejo.
Es poco probable que Siria, país exangüe, pueda recuperar de inmediato esa franja de territorio –Irak tampoco ha podido liberar la ciudad de Bachiqa, a 110 kilómetros de la frontera con Turquía, y la Unión Europea tampoco ha liberado la tercera parte de Chipre, que Turquía ocupa desde 1974.
A pesar de las solicitudes de Francia y Alemania, el Consejo Atlántico no se ha reunido. El 11 de octubre, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, llega a Ankara para asegurarse de que la operación está funcionando. Y celebra la grandeza de Turquía, ignorando así los llamados de Alemania y Francia.
El 13 de octubre, ya en plena debacle, las YPG introducen cambios en su dirigencia. Siguiendo los consejos de Rusia, los dirigentes kurdos –que siempre han mantenido negociaciones con la República Árabe Siria– llegan a la base aérea rusa de Hmeimim para hacer una declaración de lealtad a Siria. Pero algunos miembros de la dirección de las YPG cuestionan la renuncia al proyecto de «Rojava».
El 14 de octubre, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anuncia la adopción de sanciones contra Turquía. Pero son sanciones puramente simbólicas que permiten a Ankara continuar su operación militar ignorando las críticas.
El presidente Trump logra así cerrar la cuestión de «Rojava». El ejército ruso ha tomado las bases estadounidenses, abandonadas por las fuerzas de Estados Unidos, como mensaje que confirma el lugar que Rusia ocupa ahora en la región… en lugar de Estados Unidos. Siria, denuncia la intervención turca… pero ha liberado una cuarta parte de su territorio nacional. Turquía resuelve la cuestión del terrorismo kurdo y se plantea resolver la de los refugiados sirios. Para ella será grande la tentación de no detenerse ahí.
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