viernes, 25 de octubre de 2019

La invasión turca en «Rojava»‎

La invasión turca en «Rojava»‎

por Thierry Meyssan

La comunidad internacional expresa en público temor ante la brutalidad de la ‎intervención turca en el norte de Siria. Pero en realidad se felicita, extraoficialmente, ‎por esta intervención, vista como la única posibilidad viable de lograr un regreso a la paz ‎en esta región. La guerra contra Siria se termina con un crimen más. Ahora queda por ‎determinar el destino de los mercenarios extranjeros concentrados en Idlib, de los ‎yihadistas rabiosos, hijos de una guerra de 8 años particularmente sanguinaria y cruel. ‎


El 15 de octubre de 2016, el presidente Erdogan anuncia que Turquía cumplirá el “Juramento ‎Nacional” de Mustafá Kemal Ataturk. Turquía, que ya ocupa militarmente parte de Chipre y ‎de Irak, reclama parte de Siria y de Grecia. Su ejército inicia preparativos.‎

En 2011, Turquía organizó, como se le había solicitado, la migración de 3 millones de sirios para ‎debilitar la República Árabe Siria. A partir de ese momento, Turquía apoyó a la Hermandad ‎Musulmana y sus grupos yihadistas, incluyendo al Emirato Islámico (Daesh), y de paso saqueó las ‎instalaciones de la ciudad siria de Alepo, cuyas maquinarias fueron utilizadas para instalar ‎fábricas de imitaciones de artículos de grandes marcas en los territorios controlados por Daesh. ‎

Entusiasmada por las victorias que obtuvo en Libia y Siria, Turquía se convirtió en la gran ‎protectora de la Hermandad Musulmana, se acercó a Irán y desafió a Arabia Saudita. Desplegó ‎bases alrededor del reino saudita –en Qatar, Kuwait y Sudán– y después contrató oficinas ‎occidentales de relaciones públicas y destruyó la imagen del heredero designado del trono saudita ‎‎–el príncipe Mohamed Ben Salman–, principalmente orquestando el “caso Kashoggi.

Poco a poco, Turquía se planteó extender su poderío, ambicionando incluso convertirse en el 14º ‎imperio mongol. Creyendo erróneamente que esa evolución se debía sólo a la influencia de Recep ‎Tayyip Erdogan, la CIA trató varias veces de asesinarlo, llegando a provocar el intento de golpe ‎de Estado frustrado en julio de 2016. Vinieron después 3 años de incertitudes, que terminaron en ‎julio de 2019, cuando el presidente Erdogan decidió hacer prevalecer el nacionalismo sobre el islamismo ‎.

Hoy en día, Turquía, aunque sigue siendo miembro de la OTAN, hace posible la llegada del gas ruso hasta los ‎países de la Unión Europea y compra a Moscú los sistemas antiaéreos S-400. También ha optado por proteger a las minorías –incluyendo a los kurdos– ‎y ya no exige que un turco sea musulmán sunnita sino sólo que sea fiel a su Patria.

Durante el verano, el presidente estadounidense Donald Trump anunció su intención –ya ‎expresada antes, el 17 de diciembre de 2018– de retirar las fuerzas militares de Estados Unidos ‎ilegalmente presentes en suelo sirio, comenzando por las que estaban en los territorios sirios ‎designados en Occidente como «Rojava», poniendo como condición que se cortara la ruta de ‎comunicación terrestre entre Irán y el Líbano –lo cual es nuevo. Turquía aceptó ese compromiso ‎a cambio de poder ocupar militarmente la franja de territorio sirio (de 32 kilómetros de ‎profundidad) a lo largo de la frontera común, espacio desde donde los artilleros kurdos podían bombardear ‎el territorio turco.
Rusia hizo saber que no apoyaba a los grupos armados kurdos (YPG), que han cometido crímenes ‎contra la humanidad, y que aceptaría una intervención turca si se permitía el regreso de la ‎población cristiana a los territorios de donde fue expulsada, compromiso que Turquía aceptó.
Siria hizo saber que no rechazaría de inmediato la intervención turca si sus tropas podían liberar ‎una extensión de territorio equivalente en la gobernación de Idlib, lo cual aceptó Turquía.
Irán hizo saber que, aunque desaprueba toda intervención turca, su presencia en Siria sólo ‎busca proteger a las poblaciones chiitas y que no le interesa lo que suceda en «Rojava», ‎precisión de la cual Turquía tomó nota. ‎


Varios encuentros de alto nivel y cumbres fueron organizados para examinar las consecuencias de ‎esas posiciones y arreglar cuestiones secundarias –por ejemplo, el ejército turco no explotará el ‎petróleo en la franja fronteriza de suelo sirio sino que lo hará una compañía estadounidense. ‎Primeramente se realizaron los encuentros de alto nivel entre los consejeros de seguridad de ‎Rusia y Estados Unidos y luego se reuniron los jefes de Estado de Rusia, Turquía e Irán.

El 22 de julio de 2019, Turquía anuncia la suspensión de su acuerdo migratorio con la Unión ‎Europea.

El 3 de agosto, el presidente turco Erdogan nombra nuevos oficiales superiores, entre ellos ‎varios kurdos, y ordena la preparación de la operación militar en «Rojava».

El presidente Erdogan ordena también que el ejército turco se retire ante las fuerzas del Ejército ‎Árabe Sirio (el ejército regular de Siria) en la gobernación de Idlib, para que Siria pueda liberar allí ‎un territorio equivalente al que va a ser invadido por Turquía en el noreste.

El 23 de agosto, el Pentágono ordena el desmantelamiento de las fortificaciones de las YPG para ‎que el ejército turco pueda realizar una ofensiva relámpago.

El 31 de agosto, en respaldo al ejército del gobierno sirio, el Pentágono bombardea una reunión ‎de dirigentes de al-Qaeda en la región de Idlib utilizando datos de inteligencia ‎proporcionados por Turquía.

El 18 de septiembre, el presidente Trump destituye a su consejero de seguridad nacional, John ‎Bolton, y nombra en ese cargo a Robert O’Brien, quien ya se había ocupado de “arreglar” las ‎consecuencias del golpe de Estado frustrado en Turquía en julio de 2016.

El 1º de octubre, el presidente Erdogan anuncia la relocalización inminente de 2 millones de ‎refugiados sirios en los territorios sirios designados como «Rojava».

El 5 de octubre, Estados Unidos solicita a los países miembros de la coalición internacional que ‎‎“recuperen” a sus ciudadanos yihadistas detenidos en «Rojava». El Reino Unido solicita que los yihadistas británicos sean enviados a Irak mientras que Francia y Alemania rechazan la petición ‎estadounidense.

El 6 de octubre, Estados Unidos anuncia que ya no se considera responsable de los yihadistas detenidos ‎en «Rojava», territorio que va a quedar bajo la responsabilidad de Turquía.

El 7 de octubre, las fuerzas especiales estadounidenses comienzan a retirarse de «Rojava».

El 9 de octubre, tropas turcas –encabezadas específicamente por oficiales kurdos– y milicias ‎turcomanas que operan bajo la bandera del llamado «Ejército Libre Sirio» invaden la franja de territorio sirio de 32 kilómetros de profundidad a partir de la frontera turco-siria, territorio que ‎se hallaba bajo control de las YPG kurdas. ‎

La operación “Manantial de Paz” es perfectamente legal en derecho internacional si se limita a la ‎franja fronteriza de 32 kilómetros y si no inicia una ocupación turca por tiempo indefinido. Es por esa razón que el ejército turco utiliza las milicias turcomanas sirias ‎para perseguir a los kurdos de las YPG en el resto de «Rojava». ‎


La prensa internacional, que no fue capaz de seguir la secuencia de acontecimientos en el terreno y se conformó con repetir las declaraciones oficiales contradictorias de los últimos meses, no sale de su ‎asombro. Todos los países denuncian a coro la operación militar turca –al igual que ‎Estados Unidos, Rusia, Israel, Irán y Siria– pero todos la negociaron y la avalaron. Los que ‎amenazan a Turquía harían bien en pensar en el posible regreso de “sus” yihadistas, fogueados ‎durante la larga guerra en Siria, que aún están en Idlib. ‎

El Consejo de Seguridad de la ONU se reúne en sesión urgente, a solicitud del presidente francés ‎Emmanuel Macron y de la canciller alemana Angela Merkel. Para que no se vea que nadie ‎se opone realmente a la intervención turca –ni siquiera Francia– ese encuentro se hará a ‎puertas cerradas y ni siquiera habrá de emitirse una declaración del presidente del Consejo. ‎

Es poco probable que Siria, país exangüe, pueda recuperar de inmediato esa franja de territorio –‎Irak tampoco ha podido liberar la ciudad de Bachiqa, a 110 kilómetros de la frontera con Turquía, ‎y la Unión Europea tampoco ha liberado la tercera parte de Chipre, que Turquía ocupa ‎desde 1974. ‎


A pesar de las solicitudes de Francia y Alemania, el Consejo Atlántico no se ha reunido. El 11 de ‎octubre, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, llega a Ankara para asegurarse de ‎que la operación está funcionando. Y celebra la grandeza de Turquía, ignorando así los llamados ‎de Alemania y Francia.‎

El 13 de octubre, ya en plena debacle, las YPG introducen cambios en su dirigencia. Siguiendo ‎los consejos de Rusia, los dirigentes kurdos –que siempre han mantenido negociaciones con la ‎República Árabe Siria– llegan a la base aérea rusa de Hmeimim para hacer una declaración de lealtad ‎‎a Siria. Pero ‎algunos miembros de la dirección de las YPG cuestionan la renuncia al proyecto de «Rojava». ‎

El 14 de octubre, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anuncia la adopción de ‎sanciones contra Turquía. Pero son sanciones puramente simbólicas que permiten a Ankara ‎continuar su operación militar ignorando las críticas.

El presidente Trump logra así cerrar la cuestión de «Rojava». El ejército ruso ha tomado las ‎bases estadounidenses, abandonadas por las fuerzas de Estados Unidos, como mensaje que ‎confirma el lugar que Rusia ocupa ahora en la región… en lugar de Estados Unidos. Siria, ‎denuncia la intervención turca… pero ha liberado una cuarta parte de su territorio nacional. Turquía ‎resuelve la cuestión del terrorismo kurdo y se plantea resolver la de los refugiados sirios. ‎Para ella será grande la tentación de no detenerse ahí. ‎

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